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martes, 4 de junio de 2013

MIS ROMERÍAS

Mi abuela se murió sin cumplir la promesa hecha de hacer el vía crucis desde las Fraguas hasta la virgen de Inodejo, descalza, con los pies desnudos, que para ella vestida siempre de luto riguroso sería como llevar las piernas al aire y al viento de sol de junio. El camino de más de dos kilómetros todo guijarros y pedregales como mínimo levantaría unas ampollas que me río yo las que producen las caminatas en mis píes.


Y mi madre, siempre mantuvo la esperanza de cumplir su promesa, pero creo no le dejamos-Vamos no le dimos oportunidad-. Los medios de comunicación no eran los de ahora.
Mis primeros recuerdos de romería se remontan a los siete años, todo un acontecimiento, que por los preparativos, más o menos como ir a China ahora, significaban caramelos, almendras garrapiñadas y juguetes de plastiquete, maravillas para la época y más para una niña que vivía en un pueblo donde no había nada de nada, solo caminos, praderas, tierra rojas  y cielos azules.  La otra parte son los pies y manos de cera colgados de las paredes blancas de la iglesia, (la virgen hizo que un pastor manco de las Fraguas recuperase la mano perdida) enorme, llena de velas y de humo.  A las romerías se va sobre todos a pedir, a pedir alguna cosa, los matices son más variopintos y las mejores razones las aporta Valle-Inclán en sus narraciones sobre Galicia. Yo voy por recordar y no olvidar … y luego … claro acabo así, con la melancolía cegándome los ojos.
Inodejo significaba gente desconocida, colorido y caramelos. Los primeros algodones de azúcar, que para mí, eran como de magia, las primeras manzanas rojas, brillantes como cerezas, y que luego no sabían a nada de nada. Aunque esto no es verdad, los primeros recuerdos son en las Fraguas, en medio de la fiesta : mi pisaron los mozos bailando y surgió una discusión y mi madre ni corta ni perezosa le propino un bofetón a un señorito de Soria. Imagino los comentarios, los miedos de mi abuelo -mi abuelo que a veces sonreía: al ver la paella en la cocina, al ofrecer una paciencia, como si fuera un tesoro, o esas pesetillas semanales- los dichos, los diretes y yo  !no sé si lo recuerdo o me lo contaron¡.
No quiero pensar lo que sentiría mi abuela, porque decir, lo que es decir no diría nada. Mujeres eternamente vestidas de negro, eternamente llorando la muerte y las enfermedades de los vástagos muertos en la niñez, que le dejaron marcada la tristeza en el rostro como si fueran dentelladas sobre su piel quemada por el sol. Mi abuela se ocupaba del pan, de un huerto donde crecían fresas en verano, de las comidas, de llevar el agua desde la fuente, abajo en la val, después había una cuesta enorme -más tarde pusieron una fuente en la plaza del pueblo-, de las vacas, de la ropa, de la comida y de dar de comer en verano a  los “piones”, a los cerdos; de las moscas de su portal que se amontonaban sobre nuestras piernas, negras y grandes, había que estar constantemente echando agua y limpiando el suelo de entrada de la casa, de barro aplastado, amplia, por ella pasaban las vacas. Y aún le quedaban tiempo de recoger flores y hierbas que conocía muy bien, de ir hasta la carretera a por tierra roja, … sin principio ni final.
La cuadra estaba al fondo, dando calor a toda la casa. A la derecha un gran salón, con muebles de madera labrados de principios del siglo pasado, dos alcobas al fondo, y ahí dormía yo con mi tía cuando iba de visita. A mi abuelo se le habían acumulado las amarguras con el paso del tiempo, ahora lo comprendo, alto y altivo, a peor de todas fue la de salir de su casa para ir a la ciudad, a una ciudad desconocida, y lo peor no fue eso, lo peor fue perder a su esposa, así sin darse cuenta y empezar a deambular de hija en hija, un lado para otro durante más de veinte años.
Hacia la izquierda la cocina, con una gran chimenea, y un tesoro: un horno de pan, y es una de mis recuerdos más alegres, ver la lumbre, preparar la masa, jugar con la harina, blanquear mi cara, hacer dibujos sobre la harina y ver la magia de la transformación del pan, de las rosquillas, de los roscones de fiesta.  Y como  recuerdo imborrable guardo un gusto desorbitado por el azúcar montado (secreto un poco de limón y batir bien), ese que no me dejaban ni probar y era para hacer figurillas para los roscones de la virgen, sólo al final podía chupetear los tazones donde se levantaba a base de machacar y machacar… tareas en las que colaboraba. Ahí probé por primera vez el turrón blando, enviado por mi padre  desde la ciudad, en Navidad triste, llena de soledad, ya que no pudo venir, quizás por el frío y la nieve, y que hizo que me supiera amargo y poco sabroso. Primero emigraban los padres de familia y si salía bien acudía toda la familia. Nunca me he dado cuenta de la fortaleza inagotable de mi madre que se agotó de pronto en un otoño maldito que no supimos predecir.
Te levantaban de noche para ir andando o subida al macho dormida -era tan manso que mi madre y mi tío llevaban la comida al campo dormida sobre su lomo, para colmo se sabía los caminos-, los días previos todo era algarabía y ajetreo, los mejores galas, los mejores zapatos de rejilla marrón calada –de chico¡¡¡- para subir y bajar por los pedregales y sortear la vegas de hierba verde recién crecida. Tengo manos y pies de depredador nato, podría andar y andar por caminos de tierra blanda y arenosa sin cansarme, cada paso como un latido que acompasa mi soñar.
Había que pasar por la Virgen, la iglesia del siglo XVII acoge la imagen de la Virgen, fechada en el sig XIII, pero muy modificada, es una extraña imagen de la virgen amamantando al niño, que juguetea con los pies, que indica claramente fechas más tardías. Al final, se puede ir hasta la fuente a coger ranas y obligatoriamente había que recoger piedrecillas de la Virgen, en un montículo o túmulo, posiblemente de origen Íbero. Las piedrecillas llevaban dobles imágenes : un lado con una estrella y en la otra con el dibujo de la virgen. ¡Qué sorpresa descubrir más tarde que eran fósiles!. Todavía se siguen recogiendo las piedrecillas, a pesar de las prohibiciones expresas de la Ley de patrimonio. Estoy segura de que mucha gente sigue pensando que no son fósiles ¡¡¡¡.

(Para Anne, ha sido su primera romería, aún sin el año cumplido)

1 comentario:

ignacalvo dijo...

Es increíble con lo poco que se vivía y lo bien que se lo pasaba la gente en esos tiempos, ahora todo el mundo quiere más y más pero nunca se da cuenta de lo que tiene. Me ha gustado bastante y además he aprendido cosas de mi familia que sin duda no las sabía. Una pena no haber encontrado ningún fósil o piedra con forma según quien lo vea!!