mis fotos, mis viajes, mis excursiones ...
las flores, los grafitis, los gatos ...
exposiciones
y +



sábado, 29 de mayo de 2021

PASILLOS ... uno


En la infancia no había pasillos, sólo portales, como patios. Era la entrada de la casa, paredes blancas; encaladas. Suelos de yeso asentados a base de aguadillas que eliminaban el polvo que levantaban las escobas de támaras, gordas y pesadas. Desde pequeñita te decían: barre el portal.

En los patios había pocas cosas. Teníamos pocas cosas pero así el ganado podía pasar sin impedimentos hasta las cuadras que estaban al fondo y calentaban la casa. El mobiliario se llevaba de un lado para otro según las necesidades: sillas de anea, banquetas, taburetes. Las paredes se con objetos colgados: el calendario del año, serones, cuerdas y poco más. Yo recordaba las vacas al fondo, pero no tengo el recuerdo de que pasaran por el patio. Tenía prohibido acercarme. Siendo muy pequeña me había metido en el corral de las vacas, en las afueras del pueblo, perdida entre las vacas, alguien impidió que quedase aplastada bajo sus pezuñas (no sé si lo recuerdo ó me lo contaron y lo incorporé al repertorio, pero la sensación de angustia buscando a mis padres la he tenido siempre, tocando el lomo de los animales, caliente y duro).

Recuerdo el patio de la casa de mi abuelo con montones de moscas, pesadas y apestosas. Una entrada grande y espaciosa.  Paredes de blanco sobre blanco donde se asentaban las moscas en verano. Espantarlas era una tarea más.

A la derecha un salón con alcobas. Aparadores de estilo renacimiento,  una mesa grande, las sillas, arcas y poco más. Creo que siempre fui un poco inquieta, mi preferida era el arca con los papeles de la Alcaldía. Me llevé muchos gritos por intentar adentrarme en aquel mar de maravillas, por intentar toquitear los dominios de mi abuelo. Y desde luego que los toqué, hasta debí romper algún papel importante que sólo se abría en ocasiones especiales.

Supongo que era una niña malcriada: la primera nieta. Mi abuelo me compró mi mejor regalo de reyes: un parchís. Y yo era displicente y desobediente. El pueblo de mi abuelo distaba a dos horas de caballo y yo una noche me la pasé entera llorando. Me tuvieron que devolver a la mañana siguiente. Yo tenía claro que algo pasaría en mi casa y no quería perdérmelo. Y así fue, a la vuelta mi mamá estaba en la cama, hecha añicos sostenía a un bebe entre las mantillas blancas. Era enero. No me gustó nada, menos mal que me dieron unas galletas de vainilla, mis preferidas. Nunca había pensado en el dolor de mi abuelo, que me había llevado y devuelto entre el frío y la nieve por los caminos helados.  Cuanta malicia hemos dejado por el camino sin que nos demos cuenta, sin pesadumbre.

 El olor de la vainilla me trae buenos recuerdos: alegrías, alacenas abiertas, anís antes de ir al campo, amaneceres fríos, cumpleaños, copitas blancas. Nada se podía tocar ni manosear. Todavía conservo esas copitas, los vasos y mis recuerdos. Mis vecinos habían nacido el mismo día que yo. Los dos y mi cumpleaños siempre se festejó así. Hasta que nos marchamos. Y ellos se quedaron solos. Una tarde, el marido no llegaba y fueron a recoger su cuerpo sobre el surco labrado. Yo entonces no sabía ni lo que era la muerte. La gente sólo desaparecía y las mujeres se vestían de negro y lloraban, más bien se tragaban las lágrimas.

Si la parte de la derecha era de mi abuelo, la de izquierda, la cocina, con una enorme chimenea cónica que ya se habrá caído, era el reino de  las mujeres. La del calor y la lumbre, del humo y de las brasas.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Precioso recordatorio de infancia.
Recuerdos únicos acompañados de una maravillosa foto.
Un abrazo fuerte
MEU

Anónimo dijo...

Merci ...