En la basílica di santo Spirito, en Firenze, se encuentra un crucifijo de madera de Miguel Ángel, obra esculpida por el escultor a los dieciocho años.
Sorprende la belleza tan radical del cristo muerto, aún latente la vida en el perfil de la boca, más parece adormecido que lacerado, la dejadez de la cabeza, los ojos entreabiertos nos acogen cuando miramos hacia arriba (quizás para consolar a los penitentes ).
Estuvo situado en el altar mayor de la Basílica, fue creada “al gusto del prior” como cita Vasari.
Actualmente se sitúa en la Capilla Barbadori, lo que permite amplios puntos de vista, rodear la figura y admirar su belleza.Observar el suave moldeado de la talla de madera que ha construido un cuerpo joven, en la plenitud de la existencia, sólo las llagas, la sangre y la tensión muscular nos hablan del martirio.
En Florencia todo sorprende, todo es admiración, belleza y armonía.
Esta pequeña obra de arte te reconforta, te anuda sentimentalmente a la tradición de los tiempos.
Poco se puede decir de Miguel Angel, sólo que si pudieramos reunir sus obras en un espacio único nos quedariamos anonadados hasta la eternidad. Me he pasado la vida admirándolas, son balsamo y consuelo, contienen sobre todas las cosas: belleza, fuerza y alegría ... es la dignidad del hombre, de la humanidad.
Despues de visitar los grandes museos de la ciudad (la galería de los Uffizi parecía un mercadillo de rebajas, imagino el resto), lo más interesante es montar un recorrido de pequeñas iglesias (Carmine, Santo Spiritu, Pazzi, etc), todas tienen una calidad única, los entornos son cotidianos: turistas, tiendas, mercadillos, talleres,motos en las calles, silencio en los callejones, magníficas tiendas de antiguedades, ricos al volante de deportivos, viejecitas paseando, ... sin que falten los helados, ni los cafes. Es una ciudad única.
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