mis fotos, mis viajes, mis excursiones ...
las flores, los grafitis, los gatos ...
exposiciones
y +



lunes, 29 de septiembre de 2008

VIAJE AL PASADO 3 : EL PRINCIPIO DEL FIN


Todo el mundo procede de algún sitio, ciudad, pueblo, región, país, etc... yo procedo de un grupito de casas amontonadas, que ni es pueblo ni es nada, casitas aplastadas por el frío en invierno y por el sol en verano. A pesar del suelo, de los árboles, de las colinas, solo se ve el cielo. Unos cielos azules, amplios, como el mar. Por este mar profundo y amplio, como si fueran veleros se pasean las nubes, pequeñitas, a borbotones, de aquí para allá y el horizonte se aleja hasta el infinito, hasta nombres insospechados : barricomedes, el escobo, etc. Cuando se hace de noche, el azul se vuelve negro, como la boca del lobo. Todavía no puedo soportar el peso de los cielos llenos de estrellas, negros, el miedo te sobrecoge y tienes claro, que ahí tiene que haber algo más que tú, que no podemos estar solos. Sí, esto es una de las cosas más impresionantes de las que yo he disfrutado en mi vida, de los cielos de castilla, en espacios alejados de las luces nocturnas, a mil metros de altura.

Yo nací en un sitio así, y he vuelto, he vuelto a besar las manos que me recogieron del vientre de
mi madre, manos cariñosas, alegres hasta en la vejez, a pesar de los dolores, las penas que en la vida les han sido destinadas. Mi madre creía en el destino de manera total, supongo que era una forma de substraerse a la vida, era una manera de evitar lo inevitable, de relegar la pena y las desgracias, para tener un poco más de alegría, ella lo intentó siempre.

Mi madre fue alegre hasta el final de sus días, como estas mujeres que la acompañaron en sus años jóvenes. Ellas se ayudaban, se apoyaban, se solapaban, vivían adheridas en un mundo de hombres, en un medio duro y seco, como sólo puede ser la tierra castellana. Pero las mujeres estaban siempre juntas: en los partos, en las fiestas, en las desgracias, en los lavaderos, en los juegos, y siempre acompañadas de sí mismas.

Se levantaban antes de la salida de sol, y ya estaban preparado el puchero con las patatas y las sopas, esa era la primera y la más importante de las comidas. Salían al campo a trabajar, hasta el atardecer, acaso se recogían antes para preparar la lumbre, en los hogares de leños, hasta que ardían las chimeneas acampanadas, donde la mayor luz la daban las llamas reflejadas en tu cara, y a tu espalda se dibujaban sombras que siempre se te antojaban espíritus perdidos.

Pero todos los días no eran así, había día de fiesta, días en que todo el mundo dejaba de trabajar durante tres o cuatro días, como el día de San Cosme y San Damián, El Pilar, San Miguel, etc. Llegaba la familia de lugares lejanos y desconocidos : Madrid, Zaragoza, Barcelona, Logroño, etc. y es como si ahora nos hablasen de que llegan de Macao o de Jamaica. Venían con regalos de segunda mano que se te antojaban únicos y maravillosos. Se preparaban las tortas durante meses, amansando el pan, dibujando las roscas, coloreandolas con muñecos de azúcar. Yo las miraba con envidia, porque sabía que no serían para mí. Serían para el ofreciera más dinero en la subastas de la noche en medio del baile. Y yo sabía que nosotros no teníamos tanto dinero. Me preparaban una torta, pero nunca era tan bonita como las que sorteaban entre el clamor de la multitud y que colgaban debajo de los santos en las procesiones.

Este año hemos celebrado san cosme y san damián, yo me he comprado dos tortas con colorines, pero ya nadie hace las roscas de antaño. Ya no queda nadie en mi pueblo, sólo las casas amontanadas, vacias, la gente sigue llegando de lejos para celebrar el día del santo. Hemos recordado viejos tiempos, sólo los ciervos y los zorros se pasean por los montes y los caminos, y las nubes siguen paseando por los cielos y nosotros nos iremos detrás de ellas, al atardecer, antes de que anochezca y nos invada el miedo a la oscuridad.


sábado, 13 de septiembre de 2008

CAMINO DE SANTIAGO 2: SARRIA-PORTOMARIN-PALAS DEL REI-MELIDE-ARZÚA-ARCA DE PINO-SANTIAGO DE COMPOSTELA



De nuevo el camino, esta vez nos hemos acercado en tren hasta Sarria, hemos transitado al amanecer por El Bierzo y pasamos las montañas en silencio, he preferido dejar los recuerdos dormidos. He dormido como un lirón para olvidar unas cuantas cosas, he tratado de dejar atrás el dolor, de comenzar como si fuera el primer día de algo. Y aquí estamos, una mañana con nieblas, el verde me recuerda a la dordoña francesa, Hace tanto tiempo que no paseo por Galicia!!. Sarria es un pueblecito pequeño, con varias iglesias, palomares antiguos, un rio con ocas, riberas con molinos en desuso que indican mejores tiempos, calles silenciosas, balconadas acristaladas que nos anuncian la lluvia. Y ahora a caminar todo el día.
Las jornadas han sido agradables, un par, bosques más bosques, bajadas continuadas con alguna que otra pendiente, buen trazado hasta Melide, cada vez mejor camino, bien señalizado, muchos sitios para dormir, para comer, paradas para cafés, no falta de nada. Hay una bajada con mucha pendiente camino de Portomarín, si vas muy mal, un poco peligrosa. En este tramo se puede apreciar el cambio de la Galicia profunda a la nueva Galicia. Al principio casas con granjas, todo en el mismo espacio,cerrado a cal y canto por los altos portalones, tan altos como los tejados, olores de vaca por todas partes. Prados marcados por las corredoiras, losas gigantescas marcando los huertos, separando las lindes para evitar enfrentamiento y muertes. Robles centenarios por todo el camino, praderas más praderas, todo arbolado y cuando no hay árboles, el terreno se llena de rematas y brezos, más abajo hacia Melide nos acompañan los robres y debajo de ellos las hojas verdes de los helechos. Paisajes solitarios que poco a poco se van poblando más, pequeños pueblos, donde el mayor número lo constituyen las vacas, aunque están encerradas. Pocos animales por el campo, pero tengo gatos para disfrutar en cada rincón del camino.
Paseos tranquilos con conversaciones agradables, sin tono, con contenidos curiosos, como siempre, mañana será otro día.

Hoy han intentado robarle un perro decaza a una gallega, en un pueblo pequeño, gracias que vamos muchos lo ha impedido un caminante. Pobrecillos! crédulos!!, como antaño tienen que soportar estas masas flotantes, supongo que piensan que estamos todos medio locos, y nos miran como han visto a sus señores durante generaciones, sin prestar demasiada atención y mirando hacia otro lado.
Los paisanos hablan poco, su tono vital denota lo estresados que estamos los caminantes, siguen contestando con preguntas, en Furelos pueblo pequeño con un puente impresionante de factura medieval, hay una iglesia, hay dos curas, las edades los separan, reciben a los caminantes y explican la iglesia con caridad cristiana, alguna razón habrá ante una mayoría tan aplastante -las imágenes son de los años de Franco. He consultado que donde están las anteriores y contestan que quedaron como un cristo?.

Losas de piedra en los tejados de las casas, piedra para el resto de la casa perfectamente trabajada. Después de Portomarín, hacia Melide las condiciones de las casas mejoran, las pizarras se transforman en tejas rojas, las casas más espaciosas.

Interesantes las iglesias de Ferreiros, Barbadelo y Vilar de Donas, cerca de Palas de Rey. Cruceíros en todo el camino, muy interesantes como el de Melide. Los hórreos van cambiando a lo largo del camino, de tamaño y de materiales, además de las casas es lo que nos señala el cambio. Ya no sirven para guardar el maíz, pero siguen ahí como tantas cosas en esta país.
Parece que no queda nada del pasado, pero siempre quedan cosas, para bien y para mal.

Hasta Santiago de Compostela, pasamos por Arzúa, Arca, hasta el Monte del Gozo, el camino siempre es el mismo, robledales, prados, hórreos, pueblos pequeños, cada vez más habitados los caminos. La vegetación de brezos y helechos, grandes zonas plantadas de eucaliptos que anuncian la llegada a Santiago de Compostela. Horrorosa escultura en el Monte de Gozo , pero podemos disfrutas del robledal y la capillita de San Marcos, desde aquí carretera asfaltada hasta la catedral.

No ha llovido, y como dicen los lugareños todo esta cambiando, seis días de sol, temperaturas altas. Pero yo todavía no he terminado el camino de Santiago, me faltan muchos caminos. Hemos abrazo al Santo como es de rigor, al fin y al cabo nos da la espalda, la plata es fría y los deseos resbalan.

La plaza del Obradoiro sige como siempre, el hostal de los reyes católicos, la plaza llena de gente, las grandes torres mirando el atardecer, de espaldas a Galicia y a España, mirando hacia el mar, por donde tanta gente se ha perdido hacia el mundo, esperando a sus caminantes, esperando a sus emigrantes con la frente limpia, bien lavada.

La catedral, me parece más pequeña que nunca, con las portadas de los pies en restauración, su perla más preciada. Sí que podemos admirar el románico de la puerta de las Platerías, no hay nada igual. Paseamos por las calles, nos cansamos hasta el anochecer y esto se acaba después de un viaje en vagón de tercera, con seis personas en un compartimento de dos, amontonados como corderos.... y continuará ... porque me he saltado parte del camino y ... todos los caminos van a roma y por extensión a santiago de compostela.

miércoles, 10 de septiembre de 2008

CUATRO PAREDES BLANCAS

Hay hombres que luchan un día
y son buenos.

Hay otros que luchan un año
y son mejores.

Hay quienes luchan muchos años
y son muy buenos.

Pero hay los que luchan toda la vida:
esos son los imprescindibles.

Bertolt Brecht.

Es tarde ... no puedo dormir ... tu recuerdo invade mi mente,
esta noche no dormirá nadie, ni tú ni nadie.

En silencio, las cuatro paredes blancas,
imagino que son blancas pero sé que son azules,
pero yo siento cuatro paredes blancas rodeándote, en la nada más absoluta, la rejilla al fondo,
la soledad blanca, el silencio de los pasillos, las luces amarillentas, borrosas,
el cansancio en los parpados, la mirada perdida, el dolor en las manos,
la búsqueda imposible : el calor de tu casa, el ladrido de tu perro, la mano en tú mejilla.

Esta noche será larga, y mañana y pasado mañana. Y todos saborearemos la amargura en la garganta, esa naúsea que se pierde entre los vocablos que no dicen nada,
esa amargura que nada sabe de tu dolor, de tus penas, de tus lloros, de tu tristeza, de tus lágrimas.

El camino es largo, cegados caminanos, hacia adelante, enlazados todos, atados por lazos
invisibles, opacos, hacia adelante vamos, el día será largo y el mañana y el de pasado mañana,
unidos por los cordones que tejimos en el pasado, con las manos cansadas.
Somos muchos y ganará el deseo,
poco a poco llegaremos, os prometo que llegaremos,
aunque los días sean largos, frios los amaneceres, corta la esperanza, os prometo que llegaremos.

Y espero y deseo que algún día, un diez de septiembre, cuando pase el tiempo, cuando todo se olvide, le contaremos que no estabáis solos, que el hombre nunca está solo, que vive y convive con otros seres, poco más o menos cómo él, un poco más alto, un poco más gordo, un poco más listo y aveces un poco más valiente que los demás, y como decía Silvio Rodríguez esos son los buenos, esos son los imprescindibles.

Si me dijeran: pide un deseo

preferiría un rabo de nube
un torbellino en el suelo
y una gran ira que sube
un barredor de tristezas
un aguacero en venganza
que cuando escampe
parezca nuestra esperanza
un barredor de tristeza
un aguacero en venganza
que cuando escampe parezca
nuestra esperanza.
«Rabo de nube», 1979.

sábado, 6 de septiembre de 2008

VIAJE AL PASADO 2 : LA TRILLA



Ayer en un periódico la efeméride era que hace cincuenta años, en una fecha como hoy, acababa la trilla, se daba por terminada, se iniciaba un periodo de descanso para los habitantes de los pueblos de Aragón, no para todos, las uvas estaban por recolectar.
En Castilla estas son fechas de fiestas, el día ocho de septiembre, es fecha señalada y más todavía a finales, entre San Mateo ó San Cosme y San Damián. Para finales de septiembre, el trigo ya estaba recolectado y bien guardado, vendido o a punto. Se iniciaba el comienzo de otro año, como cuando eramos adolescentes y con el curso escolar, en septiembre, se iniciaba otro periodo de tu vida. Para mí, el año se inicia en septiembre, se renuevan los buenos deseos, comienzan los anuncios de los cursos de inglés en la tele, los nuevos propósitos, ¿que curso hago? ¿donde iré de vacaciones al año que viene?.
¡La trilla!, da vértigo pensar que en cincuenta años se ha desmontado el mundo, en menos de treinta años, en la mitad, sin que nos diéramos cuenta, calladamente, a pesar nuestro. Hemos pasado de la prehistoria a una modernidad que no sabemos muy bien donde nos llevará.
He buscado una foto de mi familia, en la trilla, todos los miembros colaboraban, mayores y pequeños, durante el mes de agosto, todo el mundo estaba en las eras. Salvo las horas de más calor, y aveces ni aún esas, hasta bien entrada la noche, se pasaba desgranando el trigo, se pisaba, se recolectaba, se trasladaba a las casas y al día siguiente vuelta a comenzar. Lo único que rompía la monotonía eran los niños, los cielos estrellados, alguna víbora que se había quedado rezagada en las gavillas, y las tormentas de verano.
Yo me moría de miedo si aparecía alguna víbora, parece que las atraía, siempre estaba mi madre dispuesta a matarlas. Hasta muy mayor, con una rapidez increíble, con un palo las partía sin más.Con el pasar de los años, y el abandono del campo que tanto odiaba, había comprendido que no había que matarlas a todas, pero gracias a eso pudo vivir y morir.
Mi abuelo no tuvo hijos, se paso la vida añorándolos, tenía el dolor en la frente por la dolorosa perdida infantil. También mi abuela tenía el dolor marcado en la cara, en esos ojos profundos, que no sabías que te decían, pero lo veías al fondo, la lengua paralizada porque no le habían dejado hablar, era mujer y sólo había silencio, no tenía derechos, sólo obligaciones: cocinar, limpiar el patio de tierra, amasar el pan en el horno, matar las moscas del patio, cuidar el huerto -había hasta fresas-, llevar el agua de la fuente, etc. Conocía todas las plantas de su entorno y para que se utilizaban, las llamaba por su nombre, nombres que yo nunca olvidaré, porque las aprendí muy pronto. De muy joven estuvo en Madrid, de alguna manera le dio tiempo de conocer el mundo. Tuvo varios hijos, durante la guerra y la posguerra. No pasaron hambre, tenían el pan cerca, y sin estraperlo dieron de comer a muchos de sus familiares.Los hijos le nacieron y se le murieron en los brazos y también su hermano y los nietos llegaron demasiado tarde. Yo tengo la sensación de que nunca me porté bien con ella, no sabía hablarme, no encontraba lenguaje para mí, sólo esos ojos profundos, que cerca ya de la muerte me daban tanto miedo, ella, la muerte estaba ahí, estoy segura.
Mi abuelo era una buena persona, sabía leer y escribir, aunque rudo y seco, de parcas palabras, certeras. Había libros en su casa, la mayoría no se sabía si prohibidos o no. Y los nombres de sus hijas estuvieron influidos por las novelas de romanos. Novelas que sí podíamos leer, el resto te decían que tenías que esconderlos. Por si acaso no estuviesen prohibidos ¿porqué?. No se sabía. De hecho hasta el Quijote que mi padre gustaba de leer creían que estaba prohibido. La mayoría eran de un tío cura que había muerto antes de nacer yo, y del que todo el mundo hablaba.
Mi abuelo, que no fue a la guerra, soportó toda su vida los dolores de una pierna, ocasionados por una bomba abandonada que le explotó al paso de su caballo, este le hizo la vejez dolorosa y vencida, a pesar de la gallardía que no perdió jamás, soportó los sueldos miserables de su juventud, que llevaron cierta riqueza a su casa, pero no soportó que sólo le vivieran las hijas, tenía un secreto guardado en el corazón que se llevó a la tumba y yo a veces, me pregunto que sería ese secreto tan guardado. Cuando no estaba en el campo se pasaba la vida entre papeles apergaminados, que procedían de un arca que yo trataba de desentrañar, pero el tenía buen cuidado de que no me acercará, ni siquiera me dejaba entrar en la habitación cuando trabajaba. Tuve más relación con mi abuelo, fui su primera nieta, le berreé todo lo que quise y más, me regaló un parchis con el que pasábamos horas y horas toda la familia comiéndonos las fichas sin piedad.
Era un hombre, él podía hablar, y así les prohibió a sus hijas demasiadas cosas, como era propio de la época. Les hizo trabajar como hombres y ahí están, removiendo la parva. Como hombres se emanciparon, se hicieron fuertes, aprendieron a leer y escribir, fueron al colegio, poco, supongo. Parece tonto, ¿verdad?,¿ aprender a leer y a escribir ?, parece que hablo de la prehistoria ¿no?, hablo de hace unos años, de mi familia.
Mis abuelos habían recorrido el mundo, habían ido a celebrar sus bodas a Lourdes, fueron en tren a Biarritz y desde allí a Lourdes (Francia). Yo de pequeña tenía las fotos en mis manos, en blanco y negro, una inmensa catedral blanca, praderas infinitas, curas con sotonas puestos en fila y todo tan inmenso.
Al final, se hicieron mayores, en ese momento mis abuelos dejaron atrás todo lo que habían querido, una mañana, sin desearlo, sin protestar, con dolor. Los trasladaron a una ciudad desconocida, una casa pequeñita, unas escaleras infames de paredes blancas, con frigorífico, un paisaje sin apenas árboles, sin arroyos, sin verros, sin ranas, ni luciérnagas, casi sin primaveras, sin tormentas de verano, con gentes distantes, y fue muy doloroso para toda la familia a la par que irremediable, su pueblo se había quedado sin gente. Todo el mundo se había ido a la ciudad, todo el mundo se había ido a las fábricas, habían abandonado el campo, se habian termiando las trillas, sus hijas se habían casado y tal como él vaticinó tuvo que salir de su casa, abandonarla, y ahí sigue, abandonada, poblada de fantasmas, de deseos, de sueños, de rezos, de silencio.
Estoy hablando de la década de los años cincuenta y sesenta; tan lejos y a la vez tan cerca.

Los girasoles ciegos

Vencidos victoriosos

Herme G.Donis

Casi todo resulta sorprendente en este libro que la editorial Anagrama publicó en enero de 2004. Su autor, Alberto Méndez, tenía 63 años cuando ve publicada esta primera obra y muere once meses después sin apenas saborear el éxito que tras su muerte tendría el libro. Durante los meses posteriores a su publicación, y a pesar de las buenas críticas que la novela recibe, las ventas de ésta se hacen casi de una forma clandestina. Algunos comentaristas de radio dan la voz de alerta sobre las cualidades de Los girasoles ciegos. Recomiendan su lectura con pasión y, a partir de ahí, el boca a boca termina por convertirlo en un libro de referencia obligada. Como consecuencia, las ventas comienzan a dispararse (baste decir que a fecha de hoy la editorial ya ha lanzado al mercado ocho ediciones (unos 28.000 ejemplares, según el editor) y el libro consigue primeramente, y en vida de su autor, el Premio Setenil de relatos y posteriormente (ya fallecido Alberto Méndez) los importantes Premios de la Crítica y Nacional de Narrativa. Pendiente quedó el Premio del Gremio de Libreros de Madrid, ya que éste sólo se concede a autores vivos. Pero lo más importante de todo es que Méndez ha contado con un favor que es el mejor de los premios para cualquier creador: la entrega incondicional de los lectores. Casi dos años después de su publicación, el libro aún se sigue recomendando en público y en privado y pocos dudan en saludarlo como una de las obras más importantes publicadas en los últimos tiempos.
¿Pero quién fue Alberto Méndez y qué es Los girasoles ciegos? Alberto Méndez Borra nació en Roma en 1941. Su padre, el poeta y traductor, José Méndez Herrera, trabajaba en aquel momento en la ciudad italiana para la FAO. Muchos lectores puede que recuerden a este último sobre todo como traductor habitual de la editorial Aguilar, para la que tradujo muchas obras de autores tan importantes como Irving, Stevenson, Eliot, Dikens, Chesterton, Bernard Shaw, Tennessee Williams, etc, llegando a conseguir en 1962 el Premio Nacional de Traducción por su versiones de las obras teatrales de Shakespeare. Alberto Méndez, hombre de izquierdas, (milita en el Partido Comunista hasta 1982) estuvo siempre vinculado, de una u otra manera, al mundo de la edición. En su lucha contra el franquismo crea, entre otras, la editorial política “Ciencia Nueva”que clausura Manuel Fraga Iribarne en su época de ministro de la dictadura franquista. Asimismo, llega a ser un alto ejecutivo de la editorial Montena y se dedica a labores de guionista (colaboró en programas dramáticos de RTVE y fue guionista con Pilar Miró) y traductor a veces en solitario y otras en compañía de su hermano Juan Antonio, como ocurre con el libro del marxista italiano Galvano della Volpe Lo verosímil fílmico y otros ensayos, del que el propio Méndez es prologuista.
Últimamente la narrativa se ve inundada de textos referentes a la Guerra Civil Española. Ante este auge son muchas las voces que se alzan bien para celebrarlo o para recordarnos que después de tantos años la palabra “reconciliación” sea aún tan difícil de aceptar. Pero libros como Los girasoles ciegos nos ofrecen unas lecturas fascinantes que, lejos de soliviantar sensibilidades, vienen a poner de manifiesto que es necesario conocer la historia para entender el presente y proyectar el futuro. Los girasoles ciegos es un libro de cuentos articulado a lo largo de cuatro historias- cuatro derrotas, dice el autor- que transcurren entre el período quizá más duro de la posguerra, que va desde 1936 a 1942, y que siendo totalmente independientes están hábilmente entrelazadas entre sí. Sus personajes son seres vencidos. Seres que se encuentran en un camino sin retorno recorriendo una senda de dolorosa entrega e ignorantes de en qué momento su ya maltrecha existencia dará de bruces contra el polvo.
El primer relato, o primera derrota, nos habla del capitán Alegría. Oficial del ejército fascista, Carlos Alegría se rinde a los republicanos cuando las tropas golpistas están entrando en Madrid. Postura que, lógicamente, no es entendida por ninguno de los dos bandos, pero que el oficial explica que toma, entre otras muchas razones aparentemente arbitrarias, porque sus correligionarios no querían ganar la guerra, sino matar al enemigo. Su entrega le acallará la mala conciencia de haber sido miembro de un ejército que, para vencer, ha tenido que cometer tantas atrocidades y crímenes Como dice Ramón Pedregal a propósito de una reseña sobre el libro: “El capitán Alegría es un Bartleby que cuestiona la norma de aquellos con los que vive y no puede abandonar su visión de lo que ocurre”.
La segunda derrota, quizá el relato más logrado y sobrecogedor de los cuatro, nos cuenta el breve periplo de un joven poeta que huye de los vencedores hacia las montañas asturianas en compañía de su mujer embarazada. En medio de la soledad y el frío la muchacha da a luz a un niño y muere tras el parto. A través de un diario íntimo, donde el adolescente deja escrito su miedo, se nos va poniendo en antecedentes de la vana lucha que emprende el joven padre para salvar la vida de su hijo.
El tercer relato, o tercera derrota, gira alrededor del soldado republicano Juan Serna. Cuando el presidente del tribunal que debe juzgarle y su mujer se enteran de que el soldado enemigo conoció y vio morir a su hijo (un ser abyecto que fue fusilado por sus múltiples delitos) le conminan a que hable y hable sobre ese hijo. Intentando arañar unos días más a la existencia, convierte al joven traidor en el héroe que quieren los padres. Mas la impostura pronto le asquea y cuenta la verdad. Verdad que indefectiblemente le llevará a la muerte.
La historia, o la cuarta derrota, que cierra el libro transcurre en la opresiva vida cotidiana del nuevo régimen. En ella se habla de Ricardo. Un “topo” al que toda la familia protege entre miedos y silencios. Desde el armario en el que vive encerrado contempla impotente y horrorizado el acoso libinidoso que sufre su mujer por parte de un diácono, profesor del hijo del matrimonio. El final es dramático y desolador.
Alberto Méndez nos ha dejado con su única obra no sólo un extraordinario ejemplo de composición literaria, sino -y a pesar, de la crudeza de todas las situaciones- una continua muestra de sensibilidad, que puede conmover a todo tipo de lectores. Sencilla, realista y a la vez cargada de simbolismos, Los girasoles ciegos es una obra sobre la memoria. Sobre una memoria colectiva que debe tener definitivamente su asentamiento en el lugar que le corresponde. Porque superar la tragedia de aquella España de represión, marchas militares y ruido de sables, exige, como se dice en la cita inicial de Carlos Piera, asumir, no pasar página o echar en el olvido.