mis fotos, mis viajes, mis excursiones ...
las flores, los grafitis, los gatos ...
exposiciones
y +



jueves, 8 de marzo de 2012

IMAGENES DEL AÑO DE MIL NOVECIENTOS SESENTA Y TRES


Que se puede decir de esos pelos cortados a trasquilones, a manojos, con unas tijeras de matar pollos(imagino). En esa época, 1963, los objetos de metal casero eran pocos y muy preciados. Por supuesto la peluquería era para ocasiones muy especiales (Bodas y poco más, había que recorrer quince kilómetros y el tiempo escaseaba). La foto familiar sería un recuerdo para entregar a los abuelos o los tíos. Los zapatos indican que no fue casual, esos zapatos que duraban varios años, con algodón en el fondo y que deformaron nuestros pies para siempre.

El pañuelo o moquero bajo la manga del vestido. Éramos muy mocosos, jugabas a la intemperie, te comías los chupones de hielo que colgaban de las tejas hasta bien entrada la primavera. No había calefacciones, sólo la lumbre en el hogar. Temblabas de frío solamente con pensar en las sábanas mojadas que te esperaban allá arriba, en el piso superior, momento que retrasabas hasta lo imposible, sentados sobre la banqueta a punto de caer sobre los últimos rescoldos del fuego (suena en mi memoria :¡sube a la cama!). La cama llena de mantas y un ventanuco por dónde se veían las estrellas y llegaban los reyes magos, claro con pocas cosas, era tan pequeño. Siempre teníamos mocos, pero pocas veces veíamos al médico. Yo solo recuerdo que el médico de la villa (vete a saber qué era eso de "médico") se llevó mi gatito de manchas negras y blancas, cuando apenas tenía un mes. Nunca olvidé la memoria del calor de su piel entre mis manos.

El resto de los gatos no se dejaban coger, por si acaso, debían de tener en los genes la memoria del agua fría del río ahogándoles la garganta. Yo quería quedarme con todos los gatos, pero no me dejaban ninguno y por fin tengo uno y se lo llevan. Desgraciadamente la vida nos va quitando bienes más preciados.

Tenía muchos vestidos blancos con puntillas y bordados que se conjugaban con enagüas, camisetas y escapularios al pecho para conjurar los males del cuerpo y del alma. Desde muy pequeña debías coger la aguja e iniciar los bodoques de los bordados. A mi no gustaba, me gustaba el campo, las flores y leer los libros del aula deshabitada de niños, a la que de vez en cuando llegaba una profesora nueva.
Que a veces, ni venía. Sólo llegaba el rumor de que finalmente no iba a venir.
En mi pueblo no había ni calles, ni agua corriente, la luz iba y venía, el televisor sólo en algunas casas de ricos, esa caja cuadrada donde las niñas podían ser princesas por un día ... eso sí había una carretera de primera por la que pasaba un autobús de línea todos los días, mañana y tarde. Menos mal, por allí partimos una mañana en un camión grande muy grande lleno de colchones y de cosas inservibles para el nuevo mundo.

Mis manos negras al sol del verano y al frío del invierno que me avergonzarán terriblemente cuando llegue a la ciudad, todavía las tengo renegridas, quemadas por la intemperie de los vientos, el agua y el frío.

La pelota era del fotógrafo, para calmar los lloros y el miedo de mi hermano, ¡era un lloricas en toda regla!. Para nosotros no había ni pelotas, ni bicicletas, ... había pocas cosas, es verdad, pero teníamos tiempo para reír, para jugar y para soñar. Así era el mundo en la década de los años sesenta en un medio rural.

En el invierno al amor de lumbre contando cuentos y mentiras, las mujeres preparando la comida para pasar la primavera y el verano y los hombres limpiando los arroyos y las malezas ó trabajando fuera del pueblo (cortando leña o construyendo los pantanos). En el verano perdidos entre las espigas, buscando cangrejos, mientras los adultos trabajaban de sol a sol y en el otoño las fiestas, a buscar setas ó recoger leña para volver al ciclo de la vida.

Ese mundo desapareció en una década, nuestros abuelos y padres con sus manos y el sudor de su frente fueron construyendo este que conocemos, este mundo que ahora en un abrir y cerrar de ojos intentan destruir, despedazar.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Como dijo un anciano el otro día: “Tantos años de lucha… y ahora para qué”.
Ahora entiendo por qué te gustan tanto los gatos.
Besos - MEU