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lunes, 29 de septiembre de 2008

VIAJE AL PASADO 3 : EL PRINCIPIO DEL FIN


Todo el mundo procede de algún sitio, ciudad, pueblo, región, país, etc... yo procedo de un grupito de casas amontonadas, que ni es pueblo ni es nada, casitas aplastadas por el frío en invierno y por el sol en verano. A pesar del suelo, de los árboles, de las colinas, solo se ve el cielo. Unos cielos azules, amplios, como el mar. Por este mar profundo y amplio, como si fueran veleros se pasean las nubes, pequeñitas, a borbotones, de aquí para allá y el horizonte se aleja hasta el infinito, hasta nombres insospechados : barricomedes, el escobo, etc. Cuando se hace de noche, el azul se vuelve negro, como la boca del lobo. Todavía no puedo soportar el peso de los cielos llenos de estrellas, negros, el miedo te sobrecoge y tienes claro, que ahí tiene que haber algo más que tú, que no podemos estar solos. Sí, esto es una de las cosas más impresionantes de las que yo he disfrutado en mi vida, de los cielos de castilla, en espacios alejados de las luces nocturnas, a mil metros de altura.

Yo nací en un sitio así, y he vuelto, he vuelto a besar las manos que me recogieron del vientre de
mi madre, manos cariñosas, alegres hasta en la vejez, a pesar de los dolores, las penas que en la vida les han sido destinadas. Mi madre creía en el destino de manera total, supongo que era una forma de substraerse a la vida, era una manera de evitar lo inevitable, de relegar la pena y las desgracias, para tener un poco más de alegría, ella lo intentó siempre.

Mi madre fue alegre hasta el final de sus días, como estas mujeres que la acompañaron en sus años jóvenes. Ellas se ayudaban, se apoyaban, se solapaban, vivían adheridas en un mundo de hombres, en un medio duro y seco, como sólo puede ser la tierra castellana. Pero las mujeres estaban siempre juntas: en los partos, en las fiestas, en las desgracias, en los lavaderos, en los juegos, y siempre acompañadas de sí mismas.

Se levantaban antes de la salida de sol, y ya estaban preparado el puchero con las patatas y las sopas, esa era la primera y la más importante de las comidas. Salían al campo a trabajar, hasta el atardecer, acaso se recogían antes para preparar la lumbre, en los hogares de leños, hasta que ardían las chimeneas acampanadas, donde la mayor luz la daban las llamas reflejadas en tu cara, y a tu espalda se dibujaban sombras que siempre se te antojaban espíritus perdidos.

Pero todos los días no eran así, había día de fiesta, días en que todo el mundo dejaba de trabajar durante tres o cuatro días, como el día de San Cosme y San Damián, El Pilar, San Miguel, etc. Llegaba la familia de lugares lejanos y desconocidos : Madrid, Zaragoza, Barcelona, Logroño, etc. y es como si ahora nos hablasen de que llegan de Macao o de Jamaica. Venían con regalos de segunda mano que se te antojaban únicos y maravillosos. Se preparaban las tortas durante meses, amansando el pan, dibujando las roscas, coloreandolas con muñecos de azúcar. Yo las miraba con envidia, porque sabía que no serían para mí. Serían para el ofreciera más dinero en la subastas de la noche en medio del baile. Y yo sabía que nosotros no teníamos tanto dinero. Me preparaban una torta, pero nunca era tan bonita como las que sorteaban entre el clamor de la multitud y que colgaban debajo de los santos en las procesiones.

Este año hemos celebrado san cosme y san damián, yo me he comprado dos tortas con colorines, pero ya nadie hace las roscas de antaño. Ya no queda nadie en mi pueblo, sólo las casas amontanadas, vacias, la gente sigue llegando de lejos para celebrar el día del santo. Hemos recordado viejos tiempos, sólo los ciervos y los zorros se pasean por los montes y los caminos, y las nubes siguen paseando por los cielos y nosotros nos iremos detrás de ellas, al atardecer, antes de que anochezca y nos invada el miedo a la oscuridad.


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