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sábado, 6 de septiembre de 2008

VIAJE AL PASADO 2 : LA TRILLA



Ayer en un periódico la efeméride era que hace cincuenta años, en una fecha como hoy, acababa la trilla, se daba por terminada, se iniciaba un periodo de descanso para los habitantes de los pueblos de Aragón, no para todos, las uvas estaban por recolectar.
En Castilla estas son fechas de fiestas, el día ocho de septiembre, es fecha señalada y más todavía a finales, entre San Mateo ó San Cosme y San Damián. Para finales de septiembre, el trigo ya estaba recolectado y bien guardado, vendido o a punto. Se iniciaba el comienzo de otro año, como cuando eramos adolescentes y con el curso escolar, en septiembre, se iniciaba otro periodo de tu vida. Para mí, el año se inicia en septiembre, se renuevan los buenos deseos, comienzan los anuncios de los cursos de inglés en la tele, los nuevos propósitos, ¿que curso hago? ¿donde iré de vacaciones al año que viene?.
¡La trilla!, da vértigo pensar que en cincuenta años se ha desmontado el mundo, en menos de treinta años, en la mitad, sin que nos diéramos cuenta, calladamente, a pesar nuestro. Hemos pasado de la prehistoria a una modernidad que no sabemos muy bien donde nos llevará.
He buscado una foto de mi familia, en la trilla, todos los miembros colaboraban, mayores y pequeños, durante el mes de agosto, todo el mundo estaba en las eras. Salvo las horas de más calor, y aveces ni aún esas, hasta bien entrada la noche, se pasaba desgranando el trigo, se pisaba, se recolectaba, se trasladaba a las casas y al día siguiente vuelta a comenzar. Lo único que rompía la monotonía eran los niños, los cielos estrellados, alguna víbora que se había quedado rezagada en las gavillas, y las tormentas de verano.
Yo me moría de miedo si aparecía alguna víbora, parece que las atraía, siempre estaba mi madre dispuesta a matarlas. Hasta muy mayor, con una rapidez increíble, con un palo las partía sin más.Con el pasar de los años, y el abandono del campo que tanto odiaba, había comprendido que no había que matarlas a todas, pero gracias a eso pudo vivir y morir.
Mi abuelo no tuvo hijos, se paso la vida añorándolos, tenía el dolor en la frente por la dolorosa perdida infantil. También mi abuela tenía el dolor marcado en la cara, en esos ojos profundos, que no sabías que te decían, pero lo veías al fondo, la lengua paralizada porque no le habían dejado hablar, era mujer y sólo había silencio, no tenía derechos, sólo obligaciones: cocinar, limpiar el patio de tierra, amasar el pan en el horno, matar las moscas del patio, cuidar el huerto -había hasta fresas-, llevar el agua de la fuente, etc. Conocía todas las plantas de su entorno y para que se utilizaban, las llamaba por su nombre, nombres que yo nunca olvidaré, porque las aprendí muy pronto. De muy joven estuvo en Madrid, de alguna manera le dio tiempo de conocer el mundo. Tuvo varios hijos, durante la guerra y la posguerra. No pasaron hambre, tenían el pan cerca, y sin estraperlo dieron de comer a muchos de sus familiares.Los hijos le nacieron y se le murieron en los brazos y también su hermano y los nietos llegaron demasiado tarde. Yo tengo la sensación de que nunca me porté bien con ella, no sabía hablarme, no encontraba lenguaje para mí, sólo esos ojos profundos, que cerca ya de la muerte me daban tanto miedo, ella, la muerte estaba ahí, estoy segura.
Mi abuelo era una buena persona, sabía leer y escribir, aunque rudo y seco, de parcas palabras, certeras. Había libros en su casa, la mayoría no se sabía si prohibidos o no. Y los nombres de sus hijas estuvieron influidos por las novelas de romanos. Novelas que sí podíamos leer, el resto te decían que tenías que esconderlos. Por si acaso no estuviesen prohibidos ¿porqué?. No se sabía. De hecho hasta el Quijote que mi padre gustaba de leer creían que estaba prohibido. La mayoría eran de un tío cura que había muerto antes de nacer yo, y del que todo el mundo hablaba.
Mi abuelo, que no fue a la guerra, soportó toda su vida los dolores de una pierna, ocasionados por una bomba abandonada que le explotó al paso de su caballo, este le hizo la vejez dolorosa y vencida, a pesar de la gallardía que no perdió jamás, soportó los sueldos miserables de su juventud, que llevaron cierta riqueza a su casa, pero no soportó que sólo le vivieran las hijas, tenía un secreto guardado en el corazón que se llevó a la tumba y yo a veces, me pregunto que sería ese secreto tan guardado. Cuando no estaba en el campo se pasaba la vida entre papeles apergaminados, que procedían de un arca que yo trataba de desentrañar, pero el tenía buen cuidado de que no me acercará, ni siquiera me dejaba entrar en la habitación cuando trabajaba. Tuve más relación con mi abuelo, fui su primera nieta, le berreé todo lo que quise y más, me regaló un parchis con el que pasábamos horas y horas toda la familia comiéndonos las fichas sin piedad.
Era un hombre, él podía hablar, y así les prohibió a sus hijas demasiadas cosas, como era propio de la época. Les hizo trabajar como hombres y ahí están, removiendo la parva. Como hombres se emanciparon, se hicieron fuertes, aprendieron a leer y escribir, fueron al colegio, poco, supongo. Parece tonto, ¿verdad?,¿ aprender a leer y a escribir ?, parece que hablo de la prehistoria ¿no?, hablo de hace unos años, de mi familia.
Mis abuelos habían recorrido el mundo, habían ido a celebrar sus bodas a Lourdes, fueron en tren a Biarritz y desde allí a Lourdes (Francia). Yo de pequeña tenía las fotos en mis manos, en blanco y negro, una inmensa catedral blanca, praderas infinitas, curas con sotonas puestos en fila y todo tan inmenso.
Al final, se hicieron mayores, en ese momento mis abuelos dejaron atrás todo lo que habían querido, una mañana, sin desearlo, sin protestar, con dolor. Los trasladaron a una ciudad desconocida, una casa pequeñita, unas escaleras infames de paredes blancas, con frigorífico, un paisaje sin apenas árboles, sin arroyos, sin verros, sin ranas, ni luciérnagas, casi sin primaveras, sin tormentas de verano, con gentes distantes, y fue muy doloroso para toda la familia a la par que irremediable, su pueblo se había quedado sin gente. Todo el mundo se había ido a la ciudad, todo el mundo se había ido a las fábricas, habían abandonado el campo, se habian termiando las trillas, sus hijas se habían casado y tal como él vaticinó tuvo que salir de su casa, abandonarla, y ahí sigue, abandonada, poblada de fantasmas, de deseos, de sueños, de rezos, de silencio.
Estoy hablando de la década de los años cincuenta y sesenta; tan lejos y a la vez tan cerca.

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