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jueves, 10 de abril de 2008

ORDESA 1





Siempre que pensamos en un viaje maravilloso, único, pensamos en sitios lejanos y a veces, con pocas posibilidades de ir, como es el caso de la luna. La luna, en mi infancia siempre salía a colación cuando se hablaba de " me voy a...","tú te vas a la luna".

Bueno, la verdad es que los paraisos, a veces están cercanos, aquí uno de ellos : El Parque N. de Ordesa. Este espacio presenta múltiples vertientes, infinitos valles, gran riqueza natural, visual, vegetal, animal, etc., parece un tópico, pero no lo es. Fisicamente es como una mano extendida, por donde podemos penetrar a sitios recónditos, aldeas alejadas, arquitecturas y espacios olvidados en la memoria. De verdad, aquí, se escucha el silencio.

En esta espacio hemos pasado muchos días agradables: nos hemos calado hasta los huesos, nos hemos tirado por las praderas cansados, hemos subido por arriba, por abajo, nos hemos reído a carcajadas, nos hemos helado de frío, y sufrido lo indecible subiendo o bajando por los pedregales. Otra veces, esperabamos a que escampara debajo de un tejo, sentados al lado de Lys, nuestro mastín -perdona, pero era un poco mío también-, mientras nuestro corazón temblaba al únisono de su ritmo cardiaco. Hemos sentido el miedo al atardecer, cuando debajo de las hayas las brisas se transforman en almas perdidas, desdibujadas por las sombras. Llegabamos tarde, de noche, a la pradera, cuando habían cerrado. Siempre intentamos encontrar algo para ver, un espacio, una cascada, una flor, una seta, un sarrio, un sapo, un nuevo color en las hojas, un nuevo sendero.

Hay unos cuantos pueblos, que hasta hace poco, estaban desaparecidos, eran nuestros rincones más queridos, sumidos en el silencio, casas con las paredes rotas, solares con espacios llenos de musgos y cenizas. Casas llenas de cachivaches inservibles, y pequeños restos de las vidas de sus antiguos habitantes: una sartén, vasos de cristal rotos, pucheros, chimeneas con alacenas rotas, escaleras perdidas, jergones abandonados, etc.. Aquí hubo personas que fueron arrojadas por la necesidad o quizás su espiritu inquieto les obligó a marcharse hacia otros espacios más abiertos. Siempre paseamos por los pueblos deshabitados, como si fueramos a encontrar un tesoro. Después ante la nada tratamos de adivinar algo de sus vidas, algo de su pasado que se teje en nuestra imaginación y antes de marchar, siempre sentimos las almas de los muertos aleteando por las calles vacias, se sonreían a nuestro paso, sombras que se escapan al doblar las esquinas. Que sólos se quedan estos muertos, que abandonados, protegidos por las torres de las iglesias, que hacen sombra sobre sus tumbas. Y yo vuelvo a recordar mi pueblo deshabitado, que dejé atrás, ahora ya sin amargura, con cariño, con el corazón un poco estrujado, pero sin dolor.

Había otras aldeas, con poca gente, mayores y sencillas, que desconfiaban de nuestra visita, pero siempre acababan contándonos historias o explicándonos las rutas y los senderos mas cercanos.

Hay muchas más cosas, pero la mayoría de la gente sólo ve la entrada principal, el aparcamiento reseco y lleno de coches con los arbolillos raquíticos. O el fastidio de pagar en Torla el aparcamiento y subir en autobús. Ven la cola de caballo después de la cerveza en el bar y han tardado diez minutos en regresar desde que salieron. O mejor aún: "yo lo veré en casa, me acabo de comprar el video del parque".
















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